martes, 1 de abril de 2008

“LOS SEMBLANTES DE LA MUJER EN LA HISTERIA”-Lic.Fabiana Chirino O.

Bajo el título de “Los Semblantes de La Mujer en la Histeria”, trataré de inscribir este trabajo clínico teórico en el de “El psicoanálisis y las identificaciones en la época actual”, esto porque los semblantes, las identificaciones, la histeria y la época actual se articulan siempre de alguna manera. Pues cuando dejan de hacerlo, el síntoma viene a denunciar que algo de lo fallido en lo real retorna en lo simbólico, sin que el semblante construido por las identificaciones imaginarias y simbólicas pudiesen contenerlo más. Y de allí, el malestar, el malestar sobrante.

Partiré formulando la pregunta sobre ¿qué es el semblante?. Miller en su Seminario De la Naturaleza de los Semblantes, lo define como una categoría, “lo que lo convierte en una clase, donde colocar objetos de una misma naturaleza, se trata de un principio de clasificación” (Miller; 2005: 13). Verdad o Semblante?, nos conducen a la oposición entre el semblante y lo real, pues no es un artificio, sino que se inscribe en la naturaleza, en lo imaginario y lo simbólico que tiene como función encubrir lo real.

Miller retomando a Lacan, dirá que el ser hablante está condenado al semblante, lo que inscribiría al mismo, del lado de lo simbólico, pero más tarde dirá que el yo depende del semblante, en tanto su relación con el semejante está mediada por el significante, bajo la forma de la apariencia. De modo que semblante y semejante, en un punto se articulan, y esta articulación, señala Miller, la encontramos en su raíz, que es similis, simul, simulacro, que nos conduce al parecer, parlante ser. De allí que el ser, no se opone al parecer, sino que se cofunde con él. De modo que el sujeto es lo que parece ser, al parecerse a otra cosa. “Lo que aparece de lo que es” dice Miller en “La categoría del Semblante” (2005: 13).

El semblante no es lo real, esta más bien del lado de la naturaleza, y esto es lo que Lacan pretende explicar cuando nombra a su Seminario Inexistente, los “desengañados se engañan o Los Nombres del Padre”, apuntando a que prescindir de los semblantes es estar engañados de otra manera. Puesto que el ser y el semblante están articulados, trabajar con el parlante ser es admitir en la clínica psicoanalítica dejarse engañar un poco por los semblantes, para en otro momento hacer buen uso de ellos.

El semblante entonces, tiene una función y es hacer creer que hay algo, justo allí donde no hay, y entre las cosas que podríamos nombrar como que no hay, están: La Relación Sexual, El padre y La mujer. Sin embargo, hay padre, hay analista, hay mujer, lo que nos lleva a replicar la pregunta de la Histérica sobre ¿qué es una verdadera mujer? Miller, retomando a Lacan dirá: “no es una madre, es la que no tiene y hace algo con ese no tener. Es la que al arrancarse lo más precioso, interpela al hombre por su división, no lo alimenta, no lo protege, sino lo sorprende…” (Miller; 2005: 35) Y si, la histeria sorprende al hombre y al psicoanálisis con su uso de los semblantes, con los que procura obnubilar la inexistencia del significante de LA Mujer, supliendo la falta estructural con postizos que cobran sentido en su historia y su estructura, como es el caso de M.

M, es una mujer de 23 años, que concurre a consulta por un sentimiento de insatisfacción y de contrariedad interna entre el deseo de ser inscrita en el deseo del Otro y de escapar de su vigilancia e intromisión devoradora. “No soporto que se metan en mi vida, lo único que quiero es estar sola, pero cuando estoy triste quiero que alguien se preocupe por mi”. Frente al gesto de sorpresa de la analista, señala “quiero que estén cuando los necesito, que se preocupen por mi, que se interesen como estoy, no solo para vigilar mi vida e ir con el chisme a mi madre”. Esta primera sesión derivó en una segunda donde M, habla de su madre, como ese alguien que siempre faltó “afectivamente” aunque no materialmente, pues daba comida, dinero, sermones. En su discurso, M aparece comparada con sus hermanos, en el deseo de su madre: “Para mi madre mis hermanos son su todo, a ellos les soporta todo, les da todo, pero a mi me lo representa, me controla, ellos son libres y yo no. Tratan ellos de dominarme, pero eso no va conmigo”.

Habla del padre, como el único que respeta su espacio y la habilita como mujer que tiene un saber sobre su goce. “Mi padre y yo somos muy unidos, él es el único que me da mi espacio, me respeta, me dice: mi hija usted ya es una mujer grande, sabe que hacer y cómo cuidarse”. Esta frase angustia a M, al interpelarla por un saber que desconoce y por conducirla a la pregunta por el goce de La mujer. M permanece atrapada en el deseo de la Madre, los Hermanos, el Otro familia, que invade su espacio y la priva, manteniendo como defensa frente al deseo del Otro, el deseo insatisfecho, que se formula en sesiones siguientes, cuando se cuestiona y cuestiona a la analista por su inestabilidad ¿quiero saber porqué, no se porqué soy tan inestable, un rato quiero algo, después otra cosa, más tarde otra?. Pregunta que es devuelta, y frente a la cual responde “No sé, no sé. No entiendo, soy decidida cuando quiero, hay mil cosas que no entiendo, porque en mi cabeza se que debo cambiar, pero no encuentro los hilos para empezar a tejer” “Soy tan cambiante, no se quien en verdad soy, que es lo que quiero, como tengo que ser para que los demás me acepten, y respeten mi espacio”. Pregunta que en la que e puede leer la pregunta neurótica de ¿qué me quiere el Otro?, ¿Qué semblante debo sostener para inscribirme en el deseo de este Otro madre, padre, hermanos, para así inscribirme en el deseo?

M, habla de sus relaciones amorosas conflictivas, siempre desaprobadas por su madre y sus hermanos, que le traen dificultades, pero que sin embargo le causan placer “Siempre tengo relaciones conflictivas, relaciones a escondidas, me gustan, hay más emoción, aventura, juego… Comenta una relación donde tras el semblante de mujer dócil, sumisa, buscaba inscribirse en el deseo del Otro, en un intento de arrancarle el significante que representa a La Mujer. “Soy o fui de todo, era muy dócil sumisa, si me decía que no fumara, no fumaba, me la hacían en mi cara y yo era una boluda…, con él yo jugué el papel de su mujer, le controlaba el celular, le administraba su sueldo, le preparaba comida”. Este papel, en tanto semblante se confunde con su ser, que ante el fracaso de cubrir lo que no hay, la llevan a asumir nuevos papales, disfraces, semblantes engañosos, creando un confusión donde M no se encuentra. “Soy muy fuerte, siempre fui independiente, ni me gustaba que mis padres fueran al colegio, yo sola buscaba la solución” “Pero sólo aparento, porque no soy fuerte, ni soy independiente, dependo de mi madre”. Ante la pregunta por este parecer ser, M, nos conduce a un juego, con el que buscaba agradar al Otro, “Quise hacerles la vida agradable, bonito.., no se pudo, me engañaron, me la hicieron en la cara…”. Lo que da cuenta de que el deseo del Otro es deseo siempre de otra cosa.

Interpelada por el juego que a modo de construcción ficcional arma, M dice: “Siempre me he inventado escenas y personajes, soy la víctima, la villana, la buena, la sumisa, la dominante, la mala, la buena, es como si fueran papeles o disfraces”. Frente a la pregunta de aquello que encubren los disfraces, M responde “nada…, detrás de esos disfraces no queda nada, solo yo”, y rompe en llanto. Los semblantes, tienen una naturaleza que no corresponde a lo real, sino a lo que encubre lo real. La realidad se construye, más cuando lo real hace su aparición, devasta la subjetividad del sujeto. M, da cuenta de la división subjetiva en el punto de no poder sostener más el juego, que ha dejado de ser gratificante para convertirse en una confusión donde los semblantes no logran cubrir lo real de la castración y de la ausencia estructural del significante que la nombre como La Mujer. Al respecto Miller dirá: “Dado que en las mujeres el goce está en todas y en ninguna parte, puede pensarse que, lejos de detentar un lugar se desplaza…de modo que allí donde hay sufrimiento…nos permite pensar que puede haber goce, donde algo ya no causa placer” (Miller; 2005)

Los semblantes en la histeria, operan como velo que recubre la castración, aquel vacío de significante insoportable en el Otro, que es cubierto con el propio ser, ser la madre, la esposa, la amante, la dominante, la sumisa, ser un cuerpo postizo, máscaras y mascaradas, que soportan el encuentro siempre fallido con el Otro sexo, que dan cuenta de la falta fundante del ser deseante.

TRANSFERENCIA: ENTRE EL AMOR Y EL SABER-Lic. Fabiana Chirino O.

Partiré de una frase muy difundida en el campo de la clínica psicoanalítica: “No hay análisis sin transferencia”, lo que conduce a que la condición de la cura es que alguien se sienta “enfermo” por algo de su cotidianeidad que ha dejado de ser cotidiano y se ha convertido en extraordinario, que ha dejado de producirle satisfacción y ahora le produce sufrimiento. Se trata de un mal – estar, que lleva al sujeto a pedir ayuda o demandar un saber o una respuesta sobre lo que de sí mismo desconoce, a un Otro al que le supone un saber, que sin embargo puede ser cualquiera, desde un chamán, un brujo, un médico, un espiritista, un psicólogo o un psicoanalista. La diferencia radicará en la respuesta que este Otro de al sujeto.

Freud, descubrió la transferencia con los impasses en el análisis de Ana O con Breuer, evidenciando que se trataba de un desplazamiento de afectos amorosos u hostiles a la persona del analista, pero que en realidad no le correspondían a él, sino al lugar que encarnaba. De allí, el término transferencia, que viene de transferir, trasladar, trasportar, desplazar algo de un lugar a otro, nos conduce al fenómeno por el cual al analista le son transferidos sentimientos amorosos, hostiles, demandas, acting out, que no le corresponden sino por el lugar que ocupa: el lugar de un saber supuesto.

Lacan, siguiendo la enseñanza de Freud, en el seminario 11 señala: “la transferencia en la opinión común es representada como un afecto, se la califica de positiva o de negativa. De manera general se admite no sin fundamento, que la transferencia positiva es el amor, aunque es preciso decir que este término es usado en este caso de manera muy aproximativa” (Lacan; :), lo que significa que la transferencia va más allá de la relación dual entre dos personas, se trata más bien de un “concepto determinado por la función que tiene en una praxis” la práctica analítica, que implica a dos sujetos del inconsciente: el analista y el analizante.

Conduciendo el concepto de transferencia más allá de lo imaginario, Freud plantea una relación entre transferencia y repetición al decir que “lo que no puede ser rememorado se repite en la conducta. Esta conducta, para revelar lo que se repite se ofrece a la reconstrucción del analista” (Lacan; 1999: 135). Este nuevo viraje del concepto de transferencia hacia lo real, hacia lo que se repite por que no se articula o por que se desconoce por estructura, lleva a Lacan a discutir la diferencia entre la verdad y el saber, siendo la verdad, no el saber, sino más bien el no saber!!. Esto porque la verdad es aquello de lo cual el saber no puede enterarse de lo que sabe, sino es haciendo actuar su ignorancia, de allí la tendencia humana a suponer un saber en el Otro, desde el lugar del desconocimiento.

La verdad es lo que queda sin aprehenderse, es aquello que ningún hombre o mujer ha alcanzado, es aquello que a pesar de ser tan buscado, resulta nunca encontrado. Miller en su libro De la Naturaleza de los Semblantes retoma un cuento para explicar la relación entre la verdad como lo inaprensible y la fábula como semblante, cuando un día la verdad le dice a la fábula: “Una prueba que soy más bella que tu, fábula es que nunca temo aparecer completamente desnuda. Mi velo es el pudor, mis encantos constituyen su adorno, simple e inocente solo persuado en beneficio de la virtud, soy hija de los dioses, alma de los verdaderos placeres, objeto natural de todo lo que piensa, y tu desdichada hija de la ilusión y de la mentira, tu belleza no es más que un disfraz impostor, y tus placeres sueño que se desvanecen”. Ante lo cual la fábula responde: “Oh verdad todos los hombres temen escucharte, pero eres tan difícil de penetrar que escapas incluso a los ojos de la razón…” La razón llamada a dirimir a cuestión señala que la verdad tan pura como bella, es insoportable, mientras que los ornamentos de la fábula sirven sólo para hacer soportable a la verdad.

Este relato nos remite a que la fábula opera como un semblante o velo que encubre la verdad, en tanto ornamentos discursivos o formaciones del inconsciente, que esconden o transfiguran la verdad inconsciente. De modo que, así como La felicidad no hizo feliz a nadie, la verdad está hecha para olvidarse, en tanto que al encontrarse con ella es convertida en objeto a, como ocurrió con el Rey midas, que todo lo que tocaba lo convertía en oro, y en consecuencia lo perdía. Esta sutileza volátil de la verdad, es explicada por Sócrates en el Banquete de Platón, cuando señala que la Aletheia o la verdad, a la vez es horrorosa y es apasionante, pues se ama buscarla, más no encontrarla. Por lo que el Agalma resulta el objeto que cubre al falta que deja verdad, como aquel “ornamento o adorno que lleva a protegerse, adornarse, precaverse”, principalmente de la verdad. Mientras que como objeto que cubre la falta el Agalma es “objeto de discusión y de guerra, dotado de una virtualidad que puede ejercer un influjo nefasto en el sujeto, a la vez que tiene valor único y singular que se va acrecentando con la circulación”. ()

En este sentido, la transferencia es el fenómeno que se produce entre el sujeto que desde su lugar de desconocimiento, no sabe, lo que encubre la verdad inconsciente que determina sus síntoma y su padecimiento, y el analista al que el sujeto le supone un saber, pero que en virtud de su ética, renuncia al saber absoluto, para hacer uso del semblante, de disfraz de saber que el paciente le propone, para mover el deseo de saber del sujeto. Pues de eso se trata de que el amor, no al analista, sino al saber mueva al sujeto de la posición de goce, de bella alma, de desconocimiento, de qqueja a cuestionarse por su deseo y en consecuencia desee saber sobre el saber hasta el momento rechazado.

De allí se entiende que la transferencia es motor o pivote de la cura analítica, que articula el amor al saber, conduciéndolo a la vertiente epistémica, a la búsqueda del Agalma ese objeto preciado que está en circulación entre e sujeto y el analista. En este sentido, el analista usa la transferencia como una estrategia o estratagema que como en la guerra, permite hacerle frente a las resistencias y sostener el deseo de saber, atemperando el goce y habilitando al sujeto a la dimensión de la falta, del no todo y de la responsabilidad sobre su síntoma, sus elecciones y su posición frente al mundo, produciendo más que efectos terapéuticos, modificaciones subjetivas, como ocurrió en el caso J.

J es un hombre de 48 años que llama para pedir una consulta por problemas matrimoniales. El día de la sesión, pregunta por la analista, quien al responderle que era ella, produce en el sujeto una sorpresa: “Ah, había sido joven, pensé que era mayor, no se si va a poder ayudarme, pero como ya estoy aquí, ni modo”. En esta primera sesión, se muestra incómodo, se mueve en el sillón y aprieta sus manos, no puede formular su padecimiento. Dice, “no se si me va a entender, ¿es usted casada?”, frente a la respuesta de la analista, de en que afectaría el saber aquello en “su” problema, él responde que viene por una impotencia sexual que le impide mantener relaciones sexuales con su esposa, “excelente madre, buena ama de casa, buena jefe de hogar”. Frente al silencio, señala que lo que más le preocupa es que él, sí es potente con otras mujeres. Ante la pregunta por estas otras mujeres dice, “esas mujersuchas usted sabe, de la calle, de la vida”. Habla de una serie de aventuras con mujeres que frente a este hombre aparecen desvalorizadas, pero que sin embargo son accesibles al goce sexual. Cabe resaltar en este punto la división que el sujeto obsesivo hace del objeto de amor y del objeto de deseo, ama a la madre, más no la desea, mientras que desea a la mujer desvalorizada, a la mujer “liviana”, más no la ama. Cuando se le señala el día de la otra sesión, dirá que su esposa llamará por el para confirmarme su cita y para pagar la primera sesión, porque el no trajo dinero.

La primera sesión condujo a una segunda donde hablará su mujer, como su “señora, la patrona de la casa”, pero además de la carencia afectiva en su infancia donde el padre, hombre de poco estudio, violento y tomador, maltrata a la madre, “dócil, buena, a quien llena de hijos” a quienes trataba como a peones, “como todo un patrón”. Cuando se le señala la asociación padre – patrón – patrona, queda en silencio, evidentemente afectado, frente a lo cual se recurre al corte de sesión. A partir de este momento, hablará de su ausencia como padre, de su lugar de hijo frente a su esposa quien es madre y jefe de hogar, pues administra el dinero, los tiempos y los proyectos de la familia. “Ella decide todo, yo doy la plata pero ella manda, que se compra que no, si construimos aquí o si vendemos acá, hasta la camisa que tengo que ponerme”. Quedando ubicado en un lugar de impotencia frente a ella. Se le marca la impotencia frente a la mujer – madre – patrona y la potencia frente a la “mujersuchas” con las que tiene aventuras, interpretación que produce a posteriori efectos de modificación subjetiva.

En una de las sesiones siguientes, llega afligido por un problema en el trabajo, ha habido un problema con un superior suyo, que arbitrariamente le ha impuesto una tarea que cree no podrá cumplir. Allí dice, “aquí con usted es el único lugar donde puedo hablar de mis cosas, usted es la única mujer que me entiende, como me gustaría tener en mi vida una mujer como usted”. Ante ello, la respuesta de la analista apunta a acotar el goce y conducir la transferencia hacia la vertiente epistémica del deseo de saber: “que le hace pensar que lo entiendo, tal como usted cree”. Corte que produce nuevos efectos.

Sesiones más tarde dice que viajará, que piensa que los hijos pueden valerse solos por dos semanas, porque “ya son grandes hijos porque tienen 18, 21 y 24 años”, y que ha decidido viaja en unas “vacaciones cortas” con su esposa. A la vuelta comenta, que pudo mantener relaciones sexuales con su esposa y que la pasaron como los novios que eran “antes que lleguen los hijos”. Ante la pregunta de lo que produjo el cambio, señala que hizo una “dañinera”, que le compró ropa interior su esposa “de esas que usan las jóvenes, esas atrevidingas”. Significante atreidingas que ya no marcan con exclusividad a la mujeres desvalorizadas, sino a la ropa con la que La Señora, adquiere el estatuto de mujer con la que el sujeto se habilita al goce sexual.

Con esta viñeta, se puede evidenciar como la transferencia al inicio ausente, ocupa su lugar como pivote de la dirección de la cura de este caso, en tanto permite el pasaje del no saber al construir un saber sobre la verdad inconsciente, así como el pasaje de la impotencia frente a la mujer, hacia una rehabilitación del deseo por la vía del amor.

TRES ESTRUCTURAS CLÍNICAS DEL PSICOANÁLISIS ESTRUCTURAL-Lic. Fabiana Chirino O.

NEUROSIS: REPRESIÓN Y DESEO

En el marco del psicoanálisis lacaniano, el fenómeno de la neurosis, nos remite indefectiblemente a la posición del sujeto frente al lugar del Otro. El Otro es una alteridad, que en tanto lugar, puede ser ocupado por diversas figuras, entre ellas la madre, quien desde la llegada del sujeto al mundo, lo introduce al lenguaje, le da un nombre y lo incluye en su deseo; y el padre, quien desde su lugar de la Ley, nombra y con ello pone límites al deseo de la madre y del hijo, a quien ubica en un lugar dentro de la estructura. Pero además el lugar del Otro, puede ser ocupado por la cultura, que determina roles, funciones, dentro de un contexto social que se rige por normas y leyes, y que es integrado por un lenguaje que organiza a los sujetos pertenecientes a una misma cultura. Dios, la religión, la ciencia, y ahora el mercado, también ocupan el lugar del Otro en la vida del sujeto en la actualidad.

“Ese lugar del Otro, es entonces el elemento determinante para el sujeto de la clínica lacaniana, su condición (neurosis o psicosis) dependerá de lo que tiene en el Lugar del Otro, su destino estará ligado a lo que tiene lugar en el Otro articulado como un discurso, concepción que culmina en Lacan con la formulación que dice: el inconsciente es el discurso del Otro” (Ricardo Nepomiachi: 1990, 11)

El Otro, esa alteridad radical, dirá Lacan, al nombrar al sujeto, va incluyéndolo en su discurso, discurso que consta de dos niveles: un nivel significante o del enunciado, y el nivel del significado o de la enunciación. A nivel del enunciado, podemos escuchar los significantes con los que el Otro nombra a sujeto, y con ello la posición que le otorga en su discurso, como niño bueno o malo, el tonto o el inteligente, por ejemplo. Sin embargo debajo del nivel de lo “dicho”, va insistiendo el significado de las palabras con las que el Otro nombra al sujeto. A este nivel, de la enunciación, es que podemos encontrar a los elementos que van calando y construyendo el inconsciente del sujeto. De allí que Lacan afirme: el inconsciente es el discurso del Otro.

Si bien el Otro es el lugar del lenguaje y del saber, este Otro al igual que el sujeto está en falta, en tanto no todo lo sabe, no todo lo puede y porque está encarnado muchas veces por personas, sujetos divididos y deseantes. En la Neurosis, el sujeto reconoce esta falta en el Otro, falta que le genera angustia y lo lleva a reprimirla, para seguir creyendo en él. Es justamente la falta en el Otro la que ingresa al sujeto al circuito del deseo, pues el Otro desea cuando está en falta, condición que lo llevará a buscar un objeto que lo complete.

“Abordar la clínica desde el deseo del Otro, será comprender a las neurosis como formas de mantener una relación con ese deseo, procurándolo por la insatisfacción en la histeria, asegurándolo como imposible en la neurosis obsesiva, a si como a través de la angustia en esa forma más radical que es la fobia. Verdadera concepción de la angustia como confrontación al deseo del Otro.” (Nepomiachi, 1997: 13)

La diferencia entre histeria, fobia y obsesión, radica en la forma en que el sujeto responde al deseo del Otro, con su propio deseo, de allí que Lacan dirá, el deseo es siempre deseo del Otro. Mantenerlo insatisfecho (histeria), es una forma de constantemente barrar al Otro, y mantenerlo imposible (obsesión) es una forma de asegurarse en el camino de la búsqueda sin fin. En este sentido, el tipo de neurosis dependerá de la relación que el sujeto entable con el deseo, que es a fin de cuentas el deseo del Otro.

Otro de los elementos diferenciales de la Neurosis, con respecto a las demás estructuras clínicas es su relación con la Ley, producto de la operación de la metáfora paterna. Como el neurótico llega hasta el tercer momento del Edipo, el Nombre del Padre operó, aunque conciertas fallas y yerros, sin embargo pudo representar a la ley y poner límites al deseo de la madre y del hijo. El sujeto por lo tanto ha ingresado al registro simbólico, con las consecuencias que ello implica, la división, la falta y el deseo: búsqueda constante del objeto que cubrirá la falta en ser, propia del neurótico.

PSICOSIS: FORCLUSIÓN Y DELIRIO

“La forclusión del Nombre del Padre en el Lugar del Otro y el consiguiente fracaso de la metáfora paterna determina el defecto que condiciona la psicosis, es decir la ruptura del armazón del sujeto.” (Valiente, 1990: 102)

El término forclusión, fue utilizado por Lacan para hacer referencia al escurrimiento o desvanecimiento de la metáfora paterna y su función reguladora en el segundo momento de la estructura edípica. En este caso, el deseo devorador de la madre no viabilizó la operación de la ley, al atrapar al hijo como objeto que la completa y no virar hacia el padre u otro objeto para tomarlo como objeto de amor.

Al no operar la metáfora paterna, el sujeto queda atrapado en el fantasma de la madre, devorado por su deseo sin límites, perdiendo la posibilidad de ser ingresado al registro simbólico, una de las principales funciones de la metáfora paterna, en tanto falta el significante que inicia al sujeto en el mundo del lenguaje y su registro simbólico, del orden y los límites. En palabras de Roberto Valiente:

“De esto se trataría la cuestión de la forclusión, Lacan habla de la metáfora del taburete, al cual le falta una pata, se refiere en términos de falta de significante, no se refiere con conceptos de déficit, ni de disociaciones referidas al Yo, la referencia es a la armazón significante del sujeto. Por lo tanto la forclusión es la operación de un sujeto como efecto significante, pero en especial un significante que falta. (Valiente, 1990: 102)

En la psicosis, se ha estructurado un yo débil, pero no un sujeto dividido, efecto del lenguaje y su registro simbólico, pues falta un significante, el significante del Nombre del Padre, primordial en la armazón del sujeto. Es así que cuando algo del mundo exterior moviliza la endeble estructura, se desencadena la psicosis, con los fenómenos elementales que la caracterizan, pérdida del contacto con la realidad, fuga de ideas, alucinaciones sensitivas, etc. En este momento el individuo experimenta la fragmentación del Yo, y el retorno de lo real, de la manera más cruda y angustiante. Sin embargo el delirio, opera como una prótesis que hilvana una conexión entre el sujeto y la realidad “real”.

En cuanto a la relación del psicótico con la ley, podemos decir que no existe relación alguna, en la medida en que el psicótico no conoce la ley, porque no ha sido marcado, por lo prohibido y lo permitido, es decir por la castración. En este contexto el psicótico no reprime nada y por lo tanto no estructura el inconsciente, de allí que Lacan dirá que se trata del inconsciente a cielo abierto, de un cuerpo puro goce, pura satisfacción pulsional. Sin embargo no se puede juzgar al psicótico de “inmoral”, sino de “amoral”, sin moral, pues no conoce el límite entre lo bueno y lo malo, lo permitido y lo prohibido.

PERVERSIÓN: RENEGACIÓN Y ACTO

En términos generales, la perversión fue definida como la desviación del instinto sexual, que más específicamente concierne al objeto sexual: que puede ser un individuo del mismo sexo, muy joven o muy viejo, un cadáver, un animal, una prenda de vestir, objetos del otro sexo, para verlas, olerlas o vestirlas. Mientras que la práctica sexual misma, también puede pervertirse: al gozar cuando el sujeto muestra los órganos genitales, causa sufrimiento de su pareja, erotiza su propio sufrimiento, cuando siente placer con la participación de un tercero o de varios en el acto sexual, hasta la mezcla de la orina y heces en este acto, etc.

Sin embargo, para el psicoanálisis, la descripción y clasificación, no son suficientes, en tanto busca conocer los elementos estructurales que determinaron la condición de la estructura perversa, sus leyes, sus mecanismos y el significado de sus diversas manifestaciones.

Al estudio de la perversión en sentido diacrónico[1] desarrollado por Freud a partir de la hipótesis genética que lo conduce a considerar al niño como un "perverso polimorfo", se agrega más recientemente la contribución de Lacan y otros autores “lacanianos”, quienes han retomado la noción de perversión en términos de estructura, es decir en su dimensión sincrónica[2], en la articulación de las diferentes instancias psíquicas. En tal sentido, el perverso se caracteriza menos por sus prácticas sexuales (múltiples y combinadas en la realidad) y más por una organización psíquica que no se limita a su vida exclusivamente erótica.

Sin embargo es importante establecer la diferencia entre la estructura perversa y los rasgos de perversión, que pueden manifestarse en las otras dos estructuras: neurosis y psicosis. La diferencia entre ambos nos remite a las características de la sexualidad infantil, que por excelencia es perversa, en la medida en que el placer sexual no está centrado en los genitales sino en otras zonas del cuerpo, llamadas zonas erógenas. Esta erogenización del cuerpo, persiste en la vida sexual adulta, cuando se hace uso de otras zonas y sentidos en la búsqueda de placer. En cambio en la perversión como estructura, existe la persistencia y primacía de elementos de la sexualidad infantil, primacía que se produce a expensas de la sexualidad adulta cuya falta de desarrollo e inadecuación es uno de los rasgos característicos de las perversiones. En otras palabras, en la neurosis la sexualidad esta teñida de rasgos perversos, mientras que en la perversión el goce es obtenido en actos que no siempre implican a los órganos genitales (fetichismo, voyeurismo, etc.)

En la estructura perversa ocupa un lugar eminente el goce, la ley, el Otro y el objeto a causa de deseo, por lo que pasamos a analizar brevemente cada uno de ellos y su articulación en esta estructura clínica.

* La relación con la Ley y el Goce

La relación del perverso con la Ley es particularmente significativa. Lejos de ignorarla, el perverso provoca y desafía la Ley. Así, él se asegura de su presencia y de que siempre se encuentre alguien que se la recuerde y lo sancione, lo que denunciará inmediatamente como abusivo. Pero si el perverso provoca e interroga, a aquél que es el soporte familiar de la Ley, el padre, es igualmente alguien preocupado por establecer los fundamentos mismos de la Ley y se convierte fácilmente en moralista: Sade es un predicador, y en todo perverso se descubre una vocación de educador o de iniciador. De la misma forma, la puesta en cuestión de los "valores" lo incita a rehacer y a reinterpretar la realidad comúnmente observada en una transfiguración poética, artística o mística. Por ello, en estas actividades encontramos con frecuencia a los perversos.

“Empujen al sujeto perverso hasta sus últimos reductos y, si es sincero y acepta confiarse, escucharán su discurso transformarse en una verdadera lección moral. No hay nada más sensible para el perverso que el concepto de "virtud". Sade, Genet, Jouhandeau, Montherlant, Mishima - y otros... - nos lo prueban, cada cual a su manera: la perversión conduce a una apología paradójica de la virtud. Extraña virtud, sin duda”. (Erick Berenguer, el reto de la perversión)

Si el perverso desafía la ley, y más frecuentemente aún la juzga, no es porque se considere anarquista. Por el contrario, cuando critica o cuando infringe la ley positiva y las buenas costumbres, es en nombre de otra ley, ley suprema y bastante más tiránica que la de la sociedad. Pues esta otra ley no admite ninguna facultad de trasgresión, ningún compromiso, ningún desfallecimiento, ninguna debilidad humana, ningún perdón. Esta ley superior que se inscribe en el corazón de la estructura perversa no es, por esencia, una ley humana. Es una ley natural cuya existencia el perverso es capaz de sostener y de argumentar a veces con una fuerza de persuasión y una virtuosidad dialéctica notables.

En este sentido, el perverso conoce la ley porque ha conocido la castración, la falta en la madre y en si mismo, pero no la puede aceptar, como no puede aceptar las fallas humanas en las leyes humanas, de allí que el crea su propia ley o se aferre a leyes absolutistas y tiranas, de un gran Otro completo y gozador. De allí que el perverso no sea más que un esclavo del Otro. En suma, cuando el perverso "transgrede", en realidad solo obedece el precepto proveniente del Otro: gozar y sólo gozar, el perverso no es un revolucionario, sino un servidor modelo, un funcionario del goce celoso y cumplido. Según su lógica, no es él quien desea, no es ni siquiera el otro, es el Otro: la Ley (del goce). Sin embargo, esta ley no desea, exige.

Este aspecto muestra de nuevo la oposición entre el mundo del neurótico y el del perverso. Para el sujeto neurótico la ley es por definición una prohibición dirigida a frenar el goce, a limitar las exigencias pulsionales, la virtud para este sujeto es el respeto de los tabúes que resultan de la prohibición. Mientras que para el perverso, la ley gobierna el goce y de una manera absoluta (lo que está prohibido, es no gozar), en este sentido la virtud consiste en mostrarse a la altura de las exigencias de dicho imperativo absoluto[3]. En este contexto, Lacan considera que el perverso da en el blanco, con el objeto proyectil que apunta a la satisfacción de la pulsión, a diferencia del neurótico, que siempre se muestra impotente ante el goce. Para el perverso, no importan ni el demasiado esfuerzo ni el demasiado dolor, pues está dispuesto a someterse a existencias crueles, a la demanda del Otro.

“Que pasa con lo imposible del perverso? Se entrega lealmente al goce del Otro. Si como sabemos el goce del Otro esta fuera del lenguaje, fuera de lo simbólico, y si el perverso goza por que el Otro lo ordena, se podría pensar que ese acto, lo imposible se hace posible porque el Otro no esta barrado. Diríamos con Freud que si el Otro hace la ley, estamos ante la presencia del padre de la orda primitiva y no del padre muerto y devorado, situación a partir de la cual los hermanos de la orda primitiva elaboran la ley.” (Vijnovky, 1990: 86)

Para el perverso el Otro no esta barrado, esta completo, pues quien lo completa es el propio sujeto perverso, en tanto se ubica en el lugar del objeto causa de deseo, lugar desde donde que ejecuta la voluntad del Otro, y no así el propio deseo. El perverso al ejecutar el acto perverso, busca hacer gozar al otro (el semejante), cuya angustia, sorpresa o sufrimiento, le permitirán bordear la respuesta sobre su ser en relación a la angustia y a la castración[4].




“En lo real, (entre S(A) y S losange D) el perverso se sitúa como pura pulsión, pura mirada, atendiendo no a la falta en A sino a su goce. No con la demanda sino con la voluntad se constituye el sujeto perverso. El neurótico ante la demanda se somete o no, el perverso en cambio, le opone la voluntad…” (Campo Freudiano, 1990: 167)

* Neurosis – Perversión

“La típica relación establecida por Freud (1916) indica que la perversión es el negativo de la neurosis, porque mientras el neurótico reprime su sexualidad, el perverso la libera y disfruta, aunque a nivel de instintos parciales. La neurosis, señala Laplanche, es una perversión 'negativa' en la medida en que la perversión es la manifestación en bruto, no reprimida, de la sexualidad infantil.” (Guía de psicoanálisis freudiano - Nosografía.htm)

Si bien la neurosis y la perversión son dos estructuras opuestas radicalmente, como ya dijimos anteriormente, los rasgos perversos pueden manifestarse tanto en la neurosis como en la psicosis, así como los rasgos neuróticos en algún momento pueden expresarse en una estructura perversa. De allí que se afirme que las perversiones se combinan, a menudo, con rasgos de la neurosis, la mayor parte de las veces, a causa de la común fijación pregenital, con las neurosis obsesivas y las psicosis[5].



[1] Lo diacrónico, hace referencia a lo cronológico de la historia del sujeto, a la aparición y explicación de los fenómenos humanos en relación a su edad o a las etapas cronológicas conocidas: infancia, niñez, pubertad, adolescencia, juventud, adultez y ancianidad.

[2] Lo sincrónico, por su parte nos remite a lo lógico, a lo que no tiene tiempo, y que puede actuar o manifestarse simultáneamente con otros fenómenos. Lo sincrónico, sin tiempo ni espacio, es una de las características del inconsciente, pues éste manifiesta cosas, que recién hoy adquieren un significado, aun cuando el hecho, haya ocurrido en el pasado. Aun más, hoy pueden resisgnificarse y manifestarse cosas que nunca ocurrieron en la vida real, en el tiempo real o presente Esta sincronía, es la que el psicoanálisis requiere analizar, descodificar y traer la conciencia.

[3] “La redención por el mal o la santidad en la abyección constituyen temas recurrentes de los discursos perversos” (Erick Berenguer, el reto de la perversión).

[4] “En la perversión el sujeto se determina como objeto en la medida que se hace objeto de otra voluntad, aquí el sujeto se clausura y la pulsion sadomasoquista se constituye. Lo que el sádico quiere hacer vibrar en el otro sin saberlo, es su existencia esencial como sujeto con relación a la angustia.” (Vijnovky, 1990: 85)

[5] De hecho, los diversos casos corresponden a las tres posibilidades siguientes: 1) La perversión y la neurosis se desarrollan una junto a otra. El yo del perverso, en su lucha con el conflicto edípico, presta su conformidad a un representante de la sexualidad infantil. Esto no excluye, sin embargo, la posibilidad de usar simultáneamente, contra los impulsos perjudiciales, algunos otros mecanismos de defensa, que pueden formar la base de una neurosis. En este caso, la perversión y la neurosis corren paralelas. 2) Una neurosis viene a complicar una perversión primariamente establecida. Así, puede suceder también que una persona con una perversión bien desarrollada se encuentre ante una situación que, o bien hace que su perversión se vincule más estrechamente a la situación edípica, o bien representa un incremento del temor a la castración. Las situaciones de esta índole exigen nuevas medidas de defensa y éstas, a su vez, pueden crear una neurosis. 3) Una perversión se suma a una neurosis primariamente establecida. Por ejemplo, los síntomas de una inveterada neurosis obsesiva pueden resultar tan gratificantes como para tomar la apariencia de una perversión secundaria (Fenichel, 412) Guía de psicoanálisis freudiano - Nosografía.htm

“NORMA Y MALESTAR SOBRANTE EN LA SOCIEDAD ACTUAL”-Lic. María Fabiana Chirino Ortiz

INDIVIDUO, ENEMIGO DE LA SOCIEDAD

Vivir en sociedad implica la renuncia a la satisfacción libre de los impulsos, así como la aceptación “voluntaria” de normas, reglas y valores que regulan la convivencia entre los individuos un grupo social. Sin embargo este renunciamiento a la satisfacción de los impulsos y deseos individuales, en pro de la convivencia armónica, trae consigo un malestar, que Freud analizó como el malestar en la cultura. Para este autor, el ser humano mostraba en sus actos la coexistencia de dos tipos de impulsos o pulsiones[1]: la sexualidad y agresividad.

Estas pulsiones, que buscan satisfacción inmediata, sin límites ni restricciones, se constituyen en un peligro para la sociedad, en la medida en que tienden a la destrucción del otro, de la naturaleza, de la sociedad y del propio individuo. La Ley o Norma Social tiene como función, regular los impulsos de los individuos que conviven en una sociedad, marcando límites y restricciones al accionar de los mismos sujetos dentro de una comunidad.

Pero así como la Ley o Norma, prohíbe la satisfacción pulsional, la cultura y sociedad deben viabilizar formas alternativas de satisfacción, lo que implica habilitar a los sujetos para satisfacer las pulsiones en actividades valoradas por la cultura, que “convertirá a los individuos en sus aliados, en lugar de sus enemigos”[2]. De allí que las pulsiones deberán ser canalizadas o sublimadas[3] en producciones sociales como el trabajo, arte, deporte, política, lazo social, etc.

Sin embargo, cuando la cultura y la sociedad atraviesan por periodos de crisis, que repercuten en todos los aspectos de la sociedad (economía, leyes, relaciones sociales, salud, educación, política, etc.) y no brindan formas alternativas de satisfacción pulsional, el malestar producto de la vida en sociedad, se ve incrementado, llegando a lo que autores como Silvia Bleichmar denominan un sobre malestar o malestar sobrante[4].

Actualmente, la sociedad atraviesa por una situación de crisis económica, política y social, que trasciende a todas las instituciones y estructuras sociales en las que los individuos se interrelacionan. Esta crisis adquiere los semblantes de la competencia descarnada[5], de la sobre producción y del consumismo[6], de la violencia contra el otro, contra la sociedad, contra la naturaleza y contra el propio individuo. Mientras que en este mismo contexto, el anonimato, la sobre exigencia social y la carencia material, son problemáticas que afectan al ser humano globalizado de estos tiempos. En Bolivia y en Santa Cruz, específicamente, este malestar sobrante se evidencia en el sentimiento de descreimiento ante la ley y sus representantes, que da cuenta de la caída de la Norma social y sus referentes simbólicos, que debería marcan límites y funciones entre los sujetos de la sociedad.

Como señala la investigación local “El Malestar Sobrante dentro de la Administración Pública de la ciudad de Santa Cruz”, el malestar sobrante o sobre malestar, en un contexto de crisis política y social, adopta diversas formas de manifestación, desde las explosiones violentas de los sectores más desprotegidos de la sociedad, hasta formas de violencia y negación del otro (individual y social) cotidianas y casi imperceptibles, como la discriminación, la desvalorización, la corrupción, entre otras acciones que tienen como correlato el quiebre de la ley y de sus representantes.

LEY Y NORMA SOCIAL

Para comprender la función de la ley o norma social, retomaremos los planteamientos de Emile Durkheim, que sostiene que la norma social se instaura con la educación, que tendrá como fin el desarrollo de la capacidad del individuo para coordinar y regular sus actos, “...que sepa dominarse, controlarse, contenerse, hacerse de las normas, llegando a combinar el gusto por la disciplina con el orden de la conducta”[7]. Al respecto, Lynn Flender, retomando los planteamientos de Foccault considera que el significado de “educado”, implican a un sujeto “socialmente construido, regulado o normalizado”[8] En este contexto, educación y normativización del sujeto son dos conceptos correlativos.

Para Durkheim, el sujeto nace natural, sin noción ni necesidad de reglas, regido únicamente, por lo Freud (1930) denominará como pulsión, impulsos, deseo y tendencias a la satisfacción individual. “El niño, es una especie de anarquista, ignorante de todas las reglas, de todo freno” [9], por lo que el Estado, para su contención deberá recurrir a la educación, y a la implementación de normas y leyes que lo regulen y lo limiten.

Así, la introyección de las normas, construirán la capacidad de valorar lo positivo y lo negativo, lo bueno y lo malo, lo prohibido y permitido, y en función de ello regular las propias conductas, sin necesidad de otro que castigue, coarte o sancione. Para Émile Durkheim, “toda la vida moral del hombre está dirigida por un número de reglas, de principios, de máximas, de acciones, que nos indican, que nos prescriben como se debe reaccionar en diferentes circunstancias. La moral es un sistema de Reglas” [10].

En este contexto, toda vida en sociedad, está regida por leyes, conjunto de reglas que delimitan el accionar dentro de límites posibles. “Mi libertad termina donde comienza la libertad del otro”, es un principio del vivir en comunidad. Sin ellas, la sociedad correría el riesgo de dejar de existir, pues las pulsiones, impulsos y deseos sin ninguna contención, con prontitud pasan a tornarse mortíferos y peligrosos tanto para el sujeto como para la sociedad. Al respecto, Durkheim, señala que los peligros del vivir sin reglas, hace que lo propios sujetos se sometan a ellas, por propia voluntad, porque tienen un carácter utilitario, “...nos sometemos a las reglas por que con ellas nos encontramos bien, porque las pruebas a las cuales esas reglas han sido sometidas, las han consagrado, por que las experiencias pasadas nos garantizan su valor de principio [...] Entonces nos sometemos simplemente porque esperamos obtener de esta sumisión resultados ventajosos”[11]. Esta sumisión a la norma social, fue analizada por Foccault, quien definió al sujeto educado quedaba investido de una nueva clase de poder, el de gobernarse a si mismo, con las capacidades psicológicas reguladas en términos de instituciones. Foccault, consideró que existían dos modelos de gobernación, el tradicional, donde el sujeto identificaba a otro sujeto como ocupante del lugar del poder, de donde emanaba la normatividad y regulación, mientras que el modelo de gobernación moderna pone énfasis, en la capacidad del sujeto de autoregularse y con ello de ejercer el poder de gobernar al si mismo. De allí, que Lynn, señale “Las relaciones de poder en la gobernación, incluyen no solo comportamiento, sino también mentalidad y alma”.

Para Focault, la autodisciplina o sometimiento voluntario a la normativa social, tiene como fin el insertar al sujeto a un estado de bienestar. Se trata de un sujeto educado que se sitúa como miembro de la matriz social, donde se disuelven las barreras de morales ente el sujeto y las instituciones sociales (familia, escuela, universidad, etc) dando como resultado un cambio en las relaciones, que pasan de la autonomía a la identificación mutua, identificación con las normas, reglas, roles, funciones que la sociedad le asignan como sujeto de la cultura[12].

Por su parte Durkheim, la sumisión a la norma social no es absolutamente voluntaria, sino que esta determinada por el temor al castigo o represión. Así, Ley, prohibición y castigo, son correlativas al momento de comprender su incidencia en la vida psíquica y social de un individuo. Al respecto, Durkheim señala que la conducta está determinada por evitar el resultado desagradable de la infracción, “si violamos las reglas y las normas, nos arriesgamos a ser dejados de lado, no nos tratarán de la misma forma, nos estimarán menos, o seremos despreciados. Y si la violación es muy fuerte, la sociedad misma nos golpeará”[13]. Sin embargo, para que una conducta sea moral, no debe estar movida por el interés de evitar la sanción, sino por la ley lo ordena, por respeto a la ley, y al otro que convive con el sujeto dentro de una sociedad. Para lo cual, la misma ley debe ser respetable.

Dentro de la psicología, el psicoanálisis retoma la problemática de la Ley, como un fenómeno propio de la dimensión simbólica de la realidad psíquica del sujeto, donde como función opera para regular las pulsiones del sujeto e ingresarlo a la cultura como un aliado, en lugar de un enemigo. Para el psicoanálisis, la función de la ley, el corte y la regulación son ejecutadas por la Metáfora Paterna, lugar que puede ser ocupado por diversas figuras e instituciones, tales como el padre, los maestros, la escuela, la religión, la sociedad, etc. La metáfora Paterna, es la acción de la ley, de la prohibición del incesto, de la castración, por la cual el sujeto es introducido al mundo de lo simbólico, de la norma, del orden, de la falta y el deseo[14].

Al respecto, Lacan plantea que la Metáfora Paterna o Nombre del Padre,[15] no es ni un sujeto real ni una imagen: es una norma, una prescripción impuesta culturalmente, denominada Ley del Padre y vinculada con la prohibición del incesto. Del padre simbólico, Erik Porge dirá, “el Nombre del Padre no es entonces ninguna persona, es incorpóreo, aunque puede encarnarse en alguna persona real o imaginaria: el padre biológico, la madre biológica, un hermano, un tutor, etc”. En este sentido el Nombre del Padre es una metáfora, que en tanto lugar, puede ser encarnado por diversas figuras, desde el progenitor, los maestros, Dios, un líder, la ley social, etc. Es una alteridad radical cuya función es la de la ley, la de poner límite al goce del sujeto, e introducirlo a la cultura, a través de la castración a la lógica del deseo. Para el psicoanálisis, La norma social es instaurada con la operación del Nombre del Padre, función simbólica que viabiliza las significaciones de un sujeto. Se trata de una instancia que organiza al sujeto, otorgándole un lugar y una función en las estructuras y con ello una identidad. Al respecto un fragmento del Talmud refiere: “El hombre tiene tres nombres. El uno: el que le da su padre, el otro: el que le dan sus semejantes, el tercero: el que se hace así mismo". [16]

En este sentido tanto para la sociología como para la psicología, y en especial para el psicoanálisis, la dicotomía sujeto y sociedad, pasa por la discusión de la función de las normas y leyes sociales, respetables o no, que regulan el comportamiento individual del sujeto, que al ser “educado” es capaz de introyectar las normas sociales, y con ello autoregularse, auto dominarse y autoregularse al identificarse con el entorno y a su lugar dentro de la sociedad y cultura. Hoy, la identificación social, ha dejado de ser parte de un discurso, para ser asumida como parte constitutiva del sujeto[17], donde la identidad subjetiva no puede pensarse sin tomar en cuenta su relación con lo social.

REGULACIÓN Y MALESTAR

La vida en sociedad es paradójica, en tanto permite el desarrollo de la ciencia, el avance de la tecnología, el detenimiento de la muerte (medicina), el aumento de comodidades y la facilidad en la comunicación, pero a la vez trae como resultado nuevos problemas, desde lo ético, social, hasta lo ambiental. Esta situación, fue caracterizada por Freud (1999), como malestar en la cultura, que “surge desde el momento en que el hombre, para poder fundar la cultura, y vivir en sociedad, debió resignar, por medio de una prohibición, todos sus impulsos y pasiones más primitivas: canibalismo, incesto y asesinato”[18].

La cultura humana, se funda en el momento en que se instaura una ley que sirve para regular las relaciones entre los hombres. Aceptar esa ley implica renunciar a la satisfacción de esas pasiones y deseos. Todo esto se ve claramente en el aprendizaje por el que pasa un niño para llegar a ser un sujeto civilizado: debe renunciar a sus impulsos y respetar las reglas que lo norman y le permiten desenvolverse en sociedad. El malestar es el precio que se paga por el sometimiento a las exigencias de la civilización, la cual impone su cuota de sacrificio sobretodo a la sexualidad y a la agresividad de los seres humanos; de ahí que la presencia de los otros se haga hostil y difícil de soportar.

Lo que Freud no imaginó fue que ese malestar producido por la culturización, se llegara a multiplicar por el hecho de que la civilización incluyera en ella el progreso de la ciencia y sus efectos. Desde su aparición, la ciencia desencadenó un desarrollo acelerado de tecnología, con lo que se llegó a pensar que iba en la vía de mejorar considerablemente la vida de los seres humanos, pero sus efectos muestran en muchos aspectos un empeoramiento de dicho malestar: el consumo de drogas lícitas e ilícitas no cede; las expresiones de violencia son cada vez más acentuadas; el racismo, el regionalismo, los conflictos étnicos y religiosos estallan por todos los rincones del planeta; el terrorismo y las guerras que se están viendo aparecer en diferentes puntos del planeta son pan de cada día ya. El hombre, forjador de la cultura, se convierte así en su principal enemigo: él ha construido una civilización que puede destruir en cualquier momento[19].

En la constitución del ser humano como sujeto civilizado, también produce un resto, algo que se pierde irremediablemente en ese paso a la civilidad. Dicha pérdida está representada por la renuncia a la satisfacción de los impulsos sexuales y agresivos. Esta pérdida de satisfacción tendrá enormes consecuencias en la conformación del sujeto, en la estructuración del deseo y en la manera como se la va a pasar en la vida buscando pequeñas compensaciones, en un intento por reparar esa pérdida de satisfacción provocada por su ingreso a la cultura.

El progreso científico no deja de tener efectos concretos en la posición del sujeto en el mundo. Se habla del sujeto que la ciencia en su método sistemáticamente desconoce, debido a su interés por las cosas objetivas —la ciencia positiva pone poco o ningún interés en la posición subjetiva de los seres humanos en el mundo—; se habla del sujeto que padece las consecuencias de ese saber aún cuando es él, el que hace ciencia. Se trata del sujeto que renuncia en el momento de su ingreso a la cultura, a sus pasiones más primitivas y que día a día se las tiene que ver con el malestar producido por dicha renuncia.

Al respecto, el autor Hernando Bernal[20], considera que a la ciencia positiva, no le interesa la singularidad de los sujetos, debido a su búsqueda de objetividad y de generalidad. “La manera de sufrir hace parte de esa singularidad de cada cuál. Los efectos de la ciencia positivista, van más bien en la vía de la universalización, en la vía de hacer a todos los sujetos iguales, reduciendo las singularidades a peculiaridades”. En su análisis de los tiempos actuales y la posición del sujeto en ellos, continúan “... la universalización se ve cada día en el hecho de que todos los seres humanos adquieran los mismos productos de consumo, ven la misma televisión, estudian las mismas cosas, hacen uso de la misma tecnología, etc. esto tiene como efecto el borramiento de las singularidades y eso mismo hace que dichas singularidades protesten, se reivindiquen, busquen la manera de existir, de hacerse un lugar propio dentro del mundo de lo universal. Esto es lo que se ve aparecer en los fenómenos sociales que acompañan la vida moderna, como por ejemplo, los regionalismos, nacionalismos, sectarismos, fanatismos, con toda la carga de agresión, guerra y terrorismo que ellos conllevan” [21].

En este contexto, algunas concepciones de la ética proponen establecer un código moral que gobierne la conducta del hombre. En este sentido, la ética, ciencia de lo moral, arte de dirigir la conducta, es una palabra que proviene del griego ethos y se traduce habitualmente como carácter. La ética hace parte de la producción cultural de una sociedad y busca la regulación de los vínculos recíprocos entre los seres humanos, lo que la convierte en una más de las exigencias de la cultura. Al respecto, Freud concibió a la ética como una manera de alcanzar lo que todo el resto del trabajo cultural no habría conseguido: el control de la inclinación de los seres humanos a agredirse unos a otros, y en función de ello la posibilidad de trabajar juntos para el progreso de la cultura y civilización[22].

En los tiempos que transcurren, tanto la regulación de los vínculos, la operación de la Metáfora paterna, la instauración de un Nombre del Padre pacificador y habilitador, junto a la construcción de la subjetividad, están en crisis, por lo que el malestar sobrante o sobremalestar produce, a modo de síntomas de la época, reacciones de aislamiento o violencia frente al otro, a la naturaleza, hacia la sociedad, o hacia el individuo mismo. Se trata de expresiones de un borramiento de la palabra y la emergencia del acto, que se hace presente bajo las formas más crudas.

Hoy se habla menos que antes, o si se habla, la palabra parece haber perdido valor, no se cree, no se sostiene, ante ello, solo el acto hace límite, solo la violencia inscribe al sujeto y sus demandas. Un aspecto para reflexionar….

Por Fabiana Chirino O. (Docente Investigadora. Carrera de Psicología)

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[1] “Es notable que, teniendo tan escasas posibilidades de existir aislados, los seres humanos sientan como gravosa opresión los sacrificios a que los insta la cultura a fin de permitir una convivencia. Por eso la cultura debe ser protegida contra los individuos, y sus normas, instituciones y mandamientos cumplen esa tarea; no sólo persiguen el fin de establecer cierta distribución de los bienes, sino él conservarlos; y en verdad deben preservar de las mociones hostiles de los hombres todo cuanto sirve al dominio sobre la naturaleza y la producción de bienes.” (Freud, 1930)

[2] (Freud, 1930)

[3] La sublimación es un mecanismo por el cual el sujeto satisface sus pulsiones agresivas y sexuales en otra meta que no es la sexual ni la destrucción del otro, sino en actividades aceptadas por la cultura tales como el deporte, la cultura, la ciencia, el trabajo, etc. (Ver Freud. Vol XIV. Contribución a la historia del Movimiento Psicoanalítico. Paidós)

[4] El pensamiento de Herbert Marcuse definió como “represión sobrante” o “sobre-represión” a los modos, a través de los cuales la cultura coartaba las posibilidades de libertad, no sólo como condición del ingreso de un sujeto a la cultura, sino como cuota extra, innecesaria, y efecto de modos injustos de dominación. Por su parte, Silvia Bleichmar (1997) alude al concepto de “malestar sobrante” para hacer referencia al sentir generalizado que existe en los medios urbanos, donde actualmente el sujeto se enfrenta con dificultades para satisfacer sus necesidades básicas, acceder a bienes de consumo, con la imposibilidad de garantizar la seguridad futura, con el incremento del anonimato y muchas otras incertidumbres, que lo angustian y despersonalizan. Por lo tanto, al malestar común que produce el vivir en sociedad, se agregan estos "sobreagregados" que inquietan cada vez mas a la vida en comunidad. En este sentido, aunque la sociedad es necesaria para la sobrevivencia de los sujetos, las contradicciones entre las exigencias y dádivas de la misma, entre el sacrificio y el beneficio, llevan al sujeto a sentirla como coartativa y angustiante. (www.acheronta.com)

[5] “Que es hacer en el mundo de hoy, hacer algo bien hecho? Es hacer algo que funcione, o para ponerlo de manera más correcta, es hacer algo que venda. “Pero es que...”. No hay pero que valga. Vende, vale. No vende, mejor dedícate a otra cosa. ¡Fracasado!. ” (Mesa; 2000: 28)

[6] “Es que el hombre tiene derecho a pensar, tiene derecho a desarrollar sus posibilidades espirituales, derecho a reflexionar”. “El único derecho que tiene el hombre, mi amigo, es a comprar, lo demás es prescindible”. Compras luego eres. Piensas, luego corres el riesgo de dejar de ser” (Mesa; 2000: 28)

[7] Durkheim, Émile. “Educación y Pedagogía”. 1998. “educación Como fenómeno social”. Educación y Pedagogía. Ensayos y controversias. Suenos Aires, Argentina: Losada (Pág 22)

[8] Lynn en Popkewitz, Th. S. Y Brennan, M. “El Desafío de Focault. Discurso, conocimiento y Poder en la Educación. Barcelona, España: Pomares pág. 56.

[9] Durkheim, Émile. “Educación y Pedagogía”. 1998. “educación Como fenómeno social”. Educación y Pedagogía. Ensayos y controversias. Suenos Aires, Argentina: Losada (Pág 27)

[10] Durkheim, Émile. “Educación y Pedagogía”. 1998. “educación Como fenómeno social”. Educación y Pedagogía. Ensayos y controversias. Suenos Aires, Argentina: Losada (Pág 32)

[11] Durkheim, Émile. “Educación y Pedagogía”. 1998. “educación Como fenómeno social”. Educación y Pedagogía. Ensayos y controversias. Suenos Aires, Argentina: Losada (Pág 33)

[12] Lynn en Popkewitz, Th. S. Y Brennan, M. “El Desafío de Focault. Discurso, conocimiento y Poder en la Educación. Barcelona, España: Pomares pág. 56.

[13] Durkheim, Émile. “Educación y Pedagogía”. 1998. “educación Como fenómeno social”. Educación y Pedagogía. Ensayos y controversias. Suenos Aires, Argentina: Losada (Pág 34)

[14] "La castración quiere decir que es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo." (Lacan en Esses: 1999)

[15] J. Marcelo Esses. “Un encuentro con las fallas del padre Simbólico”. 1999. www.acheronta.com

[16] J. Marcelo Esses. Adolescencia: "Un Encuentro Con Las Fallas Del Padre Simbólico "Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis; Rosario; 1999

[17] Lynn en Popkewitz, Th. S. Y Brennan, M. “El Desafío de Focault. Discurso, conocimiento y Poder en la Educación. Barcelona, España: Pomares pág. 56.

[18] Susana Toporosi. “Tolerar el Vacío”. Stoporosi@Fibertel.Com.Ar. www.topía.com.ar

[18] J. Marcelo Esses. Adolescencia: "Un Encuentro Con Las Fallas Del Padre Simbólico "Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis; Rosario; 1999

[18] Lynn en Popkewitz, Th. S. Y Brennan, M. “El Desafío de Focault. Discurso, conocimiento y Poder en la Educación. Barcelona, España: Pomares pág. 56.

[18] Susana

[19] Susana Toporosi. “Tolerar el Vacío”. Stoporosi@Fibertel.Com.Ar. www.topía.com.ar

[20] Hernando Bernal. “Algunas reflexiones sobre cultura, ciencia, ética y psicoanálisis”. . revista de psicoanálisis y cultura. Número 5 - julio 1997. www.acheronta.org

[21] íbidem

[22] íbidem