Bajo el título de “Los Semblantes de
Partiré formulando la pregunta sobre ¿qué es el semblante?. Miller en su Seminario De
Miller retomando a Lacan, dirá que el ser hablante está condenado al semblante, lo que inscribiría al mismo, del lado de lo simbólico, pero más tarde dirá que el yo depende del semblante, en tanto su relación con el semejante está mediada por el significante, bajo la forma de la apariencia. De modo que semblante y semejante, en un punto se articulan, y esta articulación, señala Miller, la encontramos en su raíz, que es similis, simul, simulacro, que nos conduce al parecer, parlante ser. De allí que el ser, no se opone al parecer, sino que se cofunde con él. De modo que el sujeto es lo que parece ser, al parecerse a otra cosa. “Lo que aparece de lo que es” dice Miller en “La categoría del Semblante” (2005: 13).
El semblante no es lo real, esta más bien del lado de la naturaleza, y esto es lo que Lacan pretende explicar cuando nombra a su Seminario Inexistente, los “desengañados se engañan o Los Nombres del Padre”, apuntando a que prescindir de los semblantes es estar engañados de otra manera. Puesto que el ser y el semblante están articulados, trabajar con el parlante ser es admitir en la clínica psicoanalítica dejarse engañar un poco por los semblantes, para en otro momento hacer buen uso de ellos.
El semblante entonces, tiene una función y es hacer creer que hay algo, justo allí donde no hay, y entre las cosas que podríamos nombrar como que no hay, están:
M, es una mujer de 23 años, que concurre a consulta por un sentimiento de insatisfacción y de contrariedad interna entre el deseo de ser inscrita en el deseo del Otro y de escapar de su vigilancia e intromisión devoradora. “No soporto que se metan en mi vida, lo único que quiero es estar sola, pero cuando estoy triste quiero que alguien se preocupe por mi”. Frente al gesto de sorpresa de la analista, señala “quiero que estén cuando los necesito, que se preocupen por mi, que se interesen como estoy, no solo para vigilar mi vida e ir con el chisme a mi madre”. Esta primera sesión derivó en una segunda donde M, habla de su madre, como ese alguien que siempre faltó “afectivamente” aunque no materialmente, pues daba comida, dinero, sermones. En su discurso, M aparece comparada con sus hermanos, en el deseo de su madre: “Para mi madre mis hermanos son su todo, a ellos les soporta todo, les da todo, pero a mi me lo representa, me controla, ellos son libres y yo no. Tratan ellos de dominarme, pero eso no va conmigo”.
Habla del padre, como el único que respeta su espacio y la habilita como mujer que tiene un saber sobre su goce. “Mi padre y yo somos muy unidos, él es el único que me da mi espacio, me respeta, me dice: mi hija usted ya es una mujer grande, sabe que hacer y cómo cuidarse”. Esta frase angustia a M, al interpelarla por un saber que desconoce y por conducirla a la pregunta por el goce de La mujer. M permanece atrapada en el deseo de
M, habla de sus relaciones amorosas conflictivas, siempre desaprobadas por su madre y sus hermanos, que le traen dificultades, pero que sin embargo le causan placer “Siempre tengo relaciones conflictivas, relaciones a escondidas, me gustan, hay más emoción, aventura, juego…” Comenta una relación donde tras el semblante de mujer dócil, sumisa, buscaba inscribirse en el deseo del Otro, en un intento de arrancarle el significante que representa a
Interpelada por el juego que a modo de construcción ficcional arma, M dice: “Siempre me he inventado escenas y personajes, soy la víctima, la villana, la buena, la sumisa, la dominante, la mala, la buena, es como si fueran papeles o disfraces”. Frente a la pregunta de aquello que encubren los disfraces, M responde “nada…, detrás de esos disfraces no queda nada, solo yo”, y rompe en llanto. Los semblantes, tienen una naturaleza que no corresponde a lo real, sino a lo que encubre lo real. La realidad se construye, más cuando lo real hace su aparición, devasta la subjetividad del sujeto. M, da cuenta de la división subjetiva en el punto de no poder sostener más el juego, que ha dejado de ser gratificante para convertirse en una confusión donde los semblantes no logran cubrir lo real de la castración y de la ausencia estructural del significante que la nombre como
Los semblantes en la histeria, operan como velo que recubre la castración, aquel vacío de significante insoportable en el Otro, que es cubierto con el propio ser, ser la madre, la esposa, la amante, la dominante, la sumisa, ser un cuerpo postizo, máscaras y mascaradas, que soportan el encuentro siempre fallido con el Otro sexo, que dan cuenta de la falta fundante del ser deseante.
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