martes, 1 de abril de 2008

“LOS SEMBLANTES DE LA MUJER EN LA HISTERIA”-Lic.Fabiana Chirino O.

Bajo el título de “Los Semblantes de La Mujer en la Histeria”, trataré de inscribir este trabajo clínico teórico en el de “El psicoanálisis y las identificaciones en la época actual”, esto porque los semblantes, las identificaciones, la histeria y la época actual se articulan siempre de alguna manera. Pues cuando dejan de hacerlo, el síntoma viene a denunciar que algo de lo fallido en lo real retorna en lo simbólico, sin que el semblante construido por las identificaciones imaginarias y simbólicas pudiesen contenerlo más. Y de allí, el malestar, el malestar sobrante.

Partiré formulando la pregunta sobre ¿qué es el semblante?. Miller en su Seminario De la Naturaleza de los Semblantes, lo define como una categoría, “lo que lo convierte en una clase, donde colocar objetos de una misma naturaleza, se trata de un principio de clasificación” (Miller; 2005: 13). Verdad o Semblante?, nos conducen a la oposición entre el semblante y lo real, pues no es un artificio, sino que se inscribe en la naturaleza, en lo imaginario y lo simbólico que tiene como función encubrir lo real.

Miller retomando a Lacan, dirá que el ser hablante está condenado al semblante, lo que inscribiría al mismo, del lado de lo simbólico, pero más tarde dirá que el yo depende del semblante, en tanto su relación con el semejante está mediada por el significante, bajo la forma de la apariencia. De modo que semblante y semejante, en un punto se articulan, y esta articulación, señala Miller, la encontramos en su raíz, que es similis, simul, simulacro, que nos conduce al parecer, parlante ser. De allí que el ser, no se opone al parecer, sino que se cofunde con él. De modo que el sujeto es lo que parece ser, al parecerse a otra cosa. “Lo que aparece de lo que es” dice Miller en “La categoría del Semblante” (2005: 13).

El semblante no es lo real, esta más bien del lado de la naturaleza, y esto es lo que Lacan pretende explicar cuando nombra a su Seminario Inexistente, los “desengañados se engañan o Los Nombres del Padre”, apuntando a que prescindir de los semblantes es estar engañados de otra manera. Puesto que el ser y el semblante están articulados, trabajar con el parlante ser es admitir en la clínica psicoanalítica dejarse engañar un poco por los semblantes, para en otro momento hacer buen uso de ellos.

El semblante entonces, tiene una función y es hacer creer que hay algo, justo allí donde no hay, y entre las cosas que podríamos nombrar como que no hay, están: La Relación Sexual, El padre y La mujer. Sin embargo, hay padre, hay analista, hay mujer, lo que nos lleva a replicar la pregunta de la Histérica sobre ¿qué es una verdadera mujer? Miller, retomando a Lacan dirá: “no es una madre, es la que no tiene y hace algo con ese no tener. Es la que al arrancarse lo más precioso, interpela al hombre por su división, no lo alimenta, no lo protege, sino lo sorprende…” (Miller; 2005: 35) Y si, la histeria sorprende al hombre y al psicoanálisis con su uso de los semblantes, con los que procura obnubilar la inexistencia del significante de LA Mujer, supliendo la falta estructural con postizos que cobran sentido en su historia y su estructura, como es el caso de M.

M, es una mujer de 23 años, que concurre a consulta por un sentimiento de insatisfacción y de contrariedad interna entre el deseo de ser inscrita en el deseo del Otro y de escapar de su vigilancia e intromisión devoradora. “No soporto que se metan en mi vida, lo único que quiero es estar sola, pero cuando estoy triste quiero que alguien se preocupe por mi”. Frente al gesto de sorpresa de la analista, señala “quiero que estén cuando los necesito, que se preocupen por mi, que se interesen como estoy, no solo para vigilar mi vida e ir con el chisme a mi madre”. Esta primera sesión derivó en una segunda donde M, habla de su madre, como ese alguien que siempre faltó “afectivamente” aunque no materialmente, pues daba comida, dinero, sermones. En su discurso, M aparece comparada con sus hermanos, en el deseo de su madre: “Para mi madre mis hermanos son su todo, a ellos les soporta todo, les da todo, pero a mi me lo representa, me controla, ellos son libres y yo no. Tratan ellos de dominarme, pero eso no va conmigo”.

Habla del padre, como el único que respeta su espacio y la habilita como mujer que tiene un saber sobre su goce. “Mi padre y yo somos muy unidos, él es el único que me da mi espacio, me respeta, me dice: mi hija usted ya es una mujer grande, sabe que hacer y cómo cuidarse”. Esta frase angustia a M, al interpelarla por un saber que desconoce y por conducirla a la pregunta por el goce de La mujer. M permanece atrapada en el deseo de la Madre, los Hermanos, el Otro familia, que invade su espacio y la priva, manteniendo como defensa frente al deseo del Otro, el deseo insatisfecho, que se formula en sesiones siguientes, cuando se cuestiona y cuestiona a la analista por su inestabilidad ¿quiero saber porqué, no se porqué soy tan inestable, un rato quiero algo, después otra cosa, más tarde otra?. Pregunta que es devuelta, y frente a la cual responde “No sé, no sé. No entiendo, soy decidida cuando quiero, hay mil cosas que no entiendo, porque en mi cabeza se que debo cambiar, pero no encuentro los hilos para empezar a tejer” “Soy tan cambiante, no se quien en verdad soy, que es lo que quiero, como tengo que ser para que los demás me acepten, y respeten mi espacio”. Pregunta que en la que e puede leer la pregunta neurótica de ¿qué me quiere el Otro?, ¿Qué semblante debo sostener para inscribirme en el deseo de este Otro madre, padre, hermanos, para así inscribirme en el deseo?

M, habla de sus relaciones amorosas conflictivas, siempre desaprobadas por su madre y sus hermanos, que le traen dificultades, pero que sin embargo le causan placer “Siempre tengo relaciones conflictivas, relaciones a escondidas, me gustan, hay más emoción, aventura, juego… Comenta una relación donde tras el semblante de mujer dócil, sumisa, buscaba inscribirse en el deseo del Otro, en un intento de arrancarle el significante que representa a La Mujer. “Soy o fui de todo, era muy dócil sumisa, si me decía que no fumara, no fumaba, me la hacían en mi cara y yo era una boluda…, con él yo jugué el papel de su mujer, le controlaba el celular, le administraba su sueldo, le preparaba comida”. Este papel, en tanto semblante se confunde con su ser, que ante el fracaso de cubrir lo que no hay, la llevan a asumir nuevos papales, disfraces, semblantes engañosos, creando un confusión donde M no se encuentra. “Soy muy fuerte, siempre fui independiente, ni me gustaba que mis padres fueran al colegio, yo sola buscaba la solución” “Pero sólo aparento, porque no soy fuerte, ni soy independiente, dependo de mi madre”. Ante la pregunta por este parecer ser, M, nos conduce a un juego, con el que buscaba agradar al Otro, “Quise hacerles la vida agradable, bonito.., no se pudo, me engañaron, me la hicieron en la cara…”. Lo que da cuenta de que el deseo del Otro es deseo siempre de otra cosa.

Interpelada por el juego que a modo de construcción ficcional arma, M dice: “Siempre me he inventado escenas y personajes, soy la víctima, la villana, la buena, la sumisa, la dominante, la mala, la buena, es como si fueran papeles o disfraces”. Frente a la pregunta de aquello que encubren los disfraces, M responde “nada…, detrás de esos disfraces no queda nada, solo yo”, y rompe en llanto. Los semblantes, tienen una naturaleza que no corresponde a lo real, sino a lo que encubre lo real. La realidad se construye, más cuando lo real hace su aparición, devasta la subjetividad del sujeto. M, da cuenta de la división subjetiva en el punto de no poder sostener más el juego, que ha dejado de ser gratificante para convertirse en una confusión donde los semblantes no logran cubrir lo real de la castración y de la ausencia estructural del significante que la nombre como La Mujer. Al respecto Miller dirá: “Dado que en las mujeres el goce está en todas y en ninguna parte, puede pensarse que, lejos de detentar un lugar se desplaza…de modo que allí donde hay sufrimiento…nos permite pensar que puede haber goce, donde algo ya no causa placer” (Miller; 2005)

Los semblantes en la histeria, operan como velo que recubre la castración, aquel vacío de significante insoportable en el Otro, que es cubierto con el propio ser, ser la madre, la esposa, la amante, la dominante, la sumisa, ser un cuerpo postizo, máscaras y mascaradas, que soportan el encuentro siempre fallido con el Otro sexo, que dan cuenta de la falta fundante del ser deseante.

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